ETCETERA AZUL

Expedición Rizomática

lunes, 10 de mayo de 2010

Mapamundi

Érase una vez… una palabra que borraba sus bordes. Por la cual fue difícil designar con palabras a uno de los protagonistas de este relato. Recuerdo que esa cosa estaba cargada de opacos colores, azules inútiles y verdes tenues de pasado glorioso. Varios trasteos no tan afortunados antecedieron la llegada de ese objeto barrigón a este lado de la acera. Su aspecto era lamentable, su cuerpo ovalado era deforme y lleno de ojos que limitaban en los excesos de mi mirada.


Me eligió, yo familia miranda peláez, visitante asiduo y a lo lejos me reconoció; ahora estoy seguro que varias veces me vio pasar y escucho el tintineo de las monedas que oscilaban en mis bolsillos, sonidos que alternaban por ratos con mi cara de comprador compulsivo.

Esos encuentros, que sin ser notables, dejan en la memoria aconteceres particulares que se con-juegan en el tiempo. Quizás sobre el andén me vio pasar sin decirme nada; sin ni siquiera pensar que la necesitaba; pero, aquel día, la visita era de otra intensidad.

Esa situación me desbordó en dialogo: un aura de primíparo, como de cliente fácil de embaucar, le dio una excusa para atraer mi atención. La cosa aquella se preparó para lanzarme un guiño, tomo un segundo aire, se lleno de entusiasmo y con un esfuerzo expectante de concentración adquirió brillo propio. Su luz era desgastada, más bien opaca pero preñada de algo particular; su cuerpo raquítico tenía un gran vacío, que le daba pocas posibilidades de sobrevivir. Lo que ocasionó que ningún otro comprador reconociera su vital resplandor en ese universo agitado y maltrecho sobre su desordenada acera.


Lo que es la dignidad de existir. Al parecer, no le afectó en nada el hecho de ser considerado en algún momento como basura. En su apariencia actual era difícil de intuir su verdadera forma; ¡tan mal estaba! Que su propietario lo botó al aseo, sin ningún reparo afectivo. Después de una caída abismal desde una biblioteca de pocos libros y tras chocar aparatosamente con una butaca de madera, fue a dar a un rincón entre las patas de una mesa. Ahí empezó el ocaso; hasta que finalmente fue a parar a una bolsa de plástico negro, donde además iban unos cuantos papeles y cáscaras de frutas.


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